Sexo de los planetas

Sexo de los planetas

Extracto del Astroglosario de Bruno Huber (traducción: Joan Solé)

Los distintos planetas han recibido diferentes asignaciones sexuales en el curso del tiempo. Estas asignaciones han cambiado a lo largo de la historia de la astrología – en parte incluso han cambiado a lo contrario.

Si se quiere hacer una asignación de sexo a los planetas, se debe partir de la base de que – junto a su singularidad original como principios funcionales cósmicos – éstos han precipitado como imágenes de rol arquetípicas o como prototipos de comportamiento humano en el inconsciente colectivo a lo largo de eones de experiencia humana.

Estos prototipos están a disposición de todas las personas con una impronta individual en su patrimonio como «forma de comportamiento innato». En el transcurso del desarrollo de la raza humana (billones de seres humanos han caminado por la Tierra), las imágenes arquetípicas de estos roles se han enriquecido permanentemente y, con ello, han cambiado. Y por lo menos en el período histórico-cultural de este desarrollo – aproximadamente los últimos 4.000 años – puede verse fácilmente como la comprensión astrológica de los roles ha cambiado tan visiblemente como la imagen social de la sexualidad del hombre y la mujer.

Así pues, por ejemplo, las asignaciones de Sol a hombre y de Luna a mujer provienen de los clásicos patriarcales greco-romanos. Anteriormente (desde los sumerios hasta los egipcios) las dos luminarias
no estaban incluidas en la ordenación sexual de los restantes cinco planetas: el Sol no era uno de los dioses de los antiguos, sino que era considerado como un principio que estaba por encima de ellos, era visto como un orden superior en una esfera suprapersonal y a la Luna se le asignaban distintas funciones neutrales como infancia, descendencia,
etc.

Venus, por ejemplo, era representado en la Antigüedad con ambos roles. En Babilonia era Ishtar, el lucero de la tarde: la diosa del amor y el lucero del alba: el dios de la guerra. Y como tal, tenía supremacía sobre los otros cuatro dioses. Sólo al final del período babilónico este título se trasladó a Marduk (Zeus). Y no fue hasta el mitraísmo de los romanos que el Sol y su posterior elevación a «Sol Invictus» (Sol invencible) se convirtió en deidad del estado y en el número uno de la clásica rueda de dioses.

En los ejemplos aquí mostrados, se ve también claramente la transformación de la sociedad y del estado desde el orden matriarcal de los antiguos hasta el orden patriarcal de los clásicos (800-500 a.C.).

Hoy, en el umbral de la era de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, es necesario reconsiderar de nuevo estas imágenes de roles e incluir una tercera componente neutral por encima de hombre y mujer: la persona.

El autor propone la tabla adjunta, la cual permite trabajar mucho mejor en la práctica terapéutica que la ordenación clásica.

N.B.: Al analizar este esquema debe considerarse que la clasificación de los planetas se ha efectuado según su motivación y no según su función. Esto es psicológicamente significativo y especialmente importante en el caso de los nuevos planetas puesto que, sobre todo en el caso de Urano y Plutón, su dinámica exterior aparente parece contraria a su motivación. Así, por ejemplo, Urano quiere mejorar las circunstancias de la vida y por eso frecuentemente debe irrumpir en los procesos o situaciones existentes (p.e.: investigación y tecnología como esfuerzo mental para asegurar la vida que, sin embargo, requiere un enorme dispendio energético y una gran actividad para la superación de las circunstancias existentes), etc.

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